Una nueva combinación del tratamiento para el ictus isquémico mejora sustancialmente el pronóstico de los pacientes

  • Andrea Jiménez

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Según las estadísticas, una de cada seis personas en el mundo sufrirá un ictus cerebral a lo largo de su vida. El más común de ellos, representando el 85 % de los casos, es el ictus isquémico, que se produce cuando se obstruye un vaso sanguíneo que lleva la sangre al cerebro. El bloqueo del flujo sanguíneo provoca la muerte de las células del cerebro, afectando a su función y dejando alterada la zona dañada de forma transitoria o permanente. Entre los síntomas destacan el entumecimiento o debilidad repentina de la cara, brazo o pierna (especialmente en un lado del cuerpo), la confusión repentina, dificultad para hablar o entender el lenguaje, la dificultad repentina para ver con uno o ambos ojos, problemas para caminar repentino, mareos, pérdida de equilibrio o de la coordinación.

Se calcula que, por cada minuto que pasa tras el ictus, de promedio mueren dos millones de neuronas. Por eso es clave actuar y administrar el tratamiento para recuperar el flujo sanguíneo durante las primeras horas “No se puede administrar el tratamiento a posteriori de esas 24 horas porque el tejido ya no funciona. A medida que pasa el tiempo el cerebro se va dañando y hacer el tratamiento sobre neuronas muertas puede tener complicaciones de alto riesgo, llevando a hemorragias que pueden ser hasta letales”, explica Arturo Renú a Univadis España, investigador principal y coordinador de un ensayo clínico en el Hospital Clínic y el IDIBAPS que ha demostrado mejorar el pronóstico de los pacientes de ictus de forma significativa en todo el mundo.

La investigación, publicada en la revista JAMA y presentada en la International Stroke Conference en Nueva Orleans el pasado febrero, evidencia cómo la administración de un tratamiento fibrinolítico después de la intervención tiene un gran impacto en la eficacia clínica. “No es un tratamiento nuevo, sino otra forma de combinarlo”, aclara Renú, quien lleva más de una década investigando esta patología, “se trata de administrar el fármaco en otro lugar y momento”, añade.

El ictus grave se trata a través de la administración de un fármaco fibrinolítico endovenoso que ayuda a deshacer el trombo y se lleva a cabo después una trombectomía mecánica, procedimiento de elevada complejidad que consiste en la introducción de un catéter por la arteria femoral a través del cual se hace avanzar un stent hasta la arteria obstruida con el objetivo de capturar, entre sus mallas el trombo y extraerlo después de la circulación.

Con el anterior procedimiento, que solo se realiza en hospitales terciarios con profesionales altamente cualificados, se conseguía que en cerca de un 80 % de los casos la sangre volviera a circular con normalidad. No obstante, los investigadores observaban que, a los tres meses de la intervención, el porcentaje de personas que resultaban completamente libres de secuelas era del 27 %, siendo más eficaces restableciendo la normalidad de la circulación respecto a la eficacia de la recuperación total de los pacientes. “Esto evidencia que, aunque la sangre vuelva a circular con aparente normalidad, el tejido del cerebro cercano a la formación del trombo va a morir”, detalla René. Para restablecer la microcirculación en esa zona afectada, su equipo de investigación planteó que tras la realización de la trombectomía se administrara el fármaco fibrinolítico, eficaz a la hora de deshacer los trombos más pequeños.

Administrar un fármaco que se solía dar antes de la realización del tratamiento a hacerlo después

“Lo que hicimos fue administrar el fármaco vía sistémica por una vena periférica del brazo y, después de sacar el gran coágulo de la arteria gran por el catéter, volvimos a aplicar el fibrinolítico dentro de las arterias del cerebro para que expandan en toda su extensión. Es decir, volvimos a dar el primer tratamiento, pero en las arterias del cerebro”, señala el principal responsable del ensayo clínico en el que participaron 121 pacientes atendidos en los centros terciarios de ictus en Cataluña. 

Los resultados del estudio, en el que a un grupo de pacientes se les administró el tratamiento fibrinolítico después de la trombectomía mecánica y al otro grupo un placebo después de realizar el mismo procedimiento, demuestran que el primer procedimiento aumenta hasta en un 59 % las posibilidades de que el paciente obtenga una excelente recuperación y sin secuelas a los tres meses.

“A los 3 meses de que un paciente sufra un ictus de este tipo llevamos a cabo una valoración para ver qué consecuencia ha tenido. Dependiendo de las secuelas catalogamos al paciente en función de si es capaz de hacer una vida normal o si esta ha cambiado, como que necesite bastón, caminador o incluso pacientes que acaban completamente encamados. Con esta nueva combinación de tratamiento aumentamos el número de pacientes sin secuelas y que pueden ser completamente independientes”, explica René y afirma que los resultados que arroja el estudio que ha coordinado “aportan evidencias suficientes de que el tratamiento es seguro”.

El éxito de esta investigación puesta en marcha entre  finales del 2017 y principios del 2018, ha sido posible a pesar de las complicadas circunstancias que ocasionó la llegada de la COVID-19. “Nada más estallar la pandemia los hospitales quedaron colapsados y durante un largo tiempo parecía que muchas enfermedades graves no existían más; algunos pacientes nos llegaban días después de haber sufrido el ictus porque tenían miedo de ir al hospital y contagiarse”, relata René. A esta difícil situación se sumó la complicación para tener suficiente información de los casos y hacer su correcto seguimiento. No tener una buena interacción con los pacientes y sus familiares para ver cómo había sido el ictus, conocer cuánto tiempo exacto había pasado, complicó bastante la tarea”, manifiesta.

El nuevo tratamiento ya ha demostrado su eficacia en un objetivo concreto y ahora requiere de su ampliación a una población más grande. “Hemos demostrado que es seguro y eficaz en nuestros pacientes. En el hospital ya se ha puesto en marcha y ya estamos trabajando en la siguiente versión del estudio”, anuncia René, cuya investigación no solo supone un gran avance en la mejora de tratar el ictus isquémico, sino que abre nuevas puertas a otros tratamientos que administrándose de la misma forma puedan obtener el mismo beneficio. “El reto de los próximos años es seguir buscando fármacos que nos permitan, como este ensayo ha demostrado, conseguir el número máximo de pacientes que se queden sin secuelas o mínimas después del ictus”, afirma.