Salud mental: el mapa no es el territorio
- Dr. Miguel Álvarez Deza
A nivel mundial predomina la medicalización, el proceso de convertir situaciones que han sido siempre normales en cuadros patológicos y pretender resolver, mediante la medicina, situaciones que no son médicas, sino sociales, profesionales o de relaciones interpersonales. La medicalización de la vida es uno de los problemas que actualmente contribuyen a la masificación de las consultas del médico de Atención Primaria y de los Servicios de Urgencias, provocando, a la vez, dificultades para proporcionar una atención de calidad y generando frustración en una buena parte de los profesionales.
Culturalmente, uno va al médico y espera que le den una receta. Se recurre antes a la medicación que a la terapia de las enfermedades mentales, lo que tiene que ver con el estigma que rodea a la salud mental.
En España hay 2,5 millones de ciudadanos que consumen psicofármacos a diario. Lo grave es que la mayoría los consumen sin una justificación médica clara. Y es que, a diferencia de otras especialidades médicas, en psiquiatría no hay un marcador biológico que proporcione resultados objetivos para poder respaldar un diagnóstico. Y, aún así, recetamos fármacos potentísimos, basándonos en un diagnóstico subjetivo y muy tendencioso.
Conviene recordar que en medicina muchos trastornos se presentan en forma de serie continua, por ejemplo, las cifras de colesterol o de tensión arterial. El punto de corte entre lo que es normal y lo que es patológico y por lo tanto subsidiario de tratamiento, es un punto arbitrario o incluso estadístico. En psiquiatría el estado de ánimo también se mueve en este contínuum. Cuando la tristeza, que es un estado psíquico normal, se convierte en depresión, es una cuestión de grado, de intensidad, de duración y pérdida de la funcionalidad de la vida normal.
Hay muchas industrias que sacan beneficio del sufrimiento, pero la que más se lucra, sin duda, es la industria farmacéutica. Los vínculos entre médicos y laboratorios farmacéuticos son muy estrechos, desde los años 90, cuando se transformó la psiquiatría. Hasta entonces, había sido una especialidad exigua y poco financiada, pero pronto se convirtió en una de las más influyentes. Y todo gracias a la medicalización que supuso una revolución económica.
La popularidad de la teoría del desequilibrio químico de la depresión coincidió con un gran aumento del uso de antidepresivos, cuyo uso en España se ha multiplicado por cuatro en las últimas dos décadas. El mercado mundial de antidepresivos generó unos ingresos de alrededor de los 15.600 millones de dólares en 2020, de los cuales un tercio corresponden a los inhibidores de la recaptación de serotonina (ISRS).
Una nueva revisión general, resumen de los metanálisis y de las revisiones sistemáticas existentes, sugiere que la depresión no es causada por un desequilibrio químico, y pone en duda la función de los antidepresivos.
En España, tres de cada 10 ciudadanos padecen algún trastorno de salud mental. Las personas con un nivel de ingresos muy bajo presentan el doble de trastornos mentales que las de mayor nivel de ingresos.
Los problemas de salud mental más frecuentes en las historias clínicas de atención primaria son los trastornos de ansiedad (75 casos por cada 1.000 habitantes), seguidos de los trastornos del sueño y de los trastornos depresivos (61 y 42 por cada 1.000 habitantes, respectivamente).
A nivel popular también existe la sensación de que los diagnósticos psiquiátricos no dejan de aumentar. Cada nueva clasificación, como el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales 5 (DSM-5), propone más y más categorías y parece que cualquier conducta humana puede ser susceptible de convertirse en un trastorno.
Las clasificaciones son instrumentos estadísticos y de comunicación entre los profesionales, que deberían servir para codificar y estandarizar los diagnósticos, no para realizarlos. El excesivo énfasis en la clasificación puede llevarnos a olvidar la psicopatología que observamos, que es mucho más rica y compleja que las descripciones de los manuales.
Sabemos que la pobreza y la desigualdad son los factores evitables que más deterioran la salud mental de los ciudadanos, pero no hay diagnósticos ni fármacos para ellos. Además, en muchas ocasiones, establecer un diagnóstico, como ansiedad o depresión, ante malestares que son de origen socioeconómico pueden culpabilizar aún más a las personas y sobre todo, contribuye a no enfocar el problema real que ocurre.
“Es evidente, que es diferente. Entre mirar con la claridad de la cordura y ver con la luminosidad de la locura”. (Elijo la locura, L.E. Aute).
El Dr. Miguel Álvarez Deza es especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública.
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