Piel, tacto, contacto
- Dr. Miguel Álvarez Deza
- Editorial
La piel, que es el órgano más grande del cuerpo humano, cubre una superficie casi equivalente a 2 metros cuadrados y puede pesar hasta 10 kg. Es el más sensible de nuestros órganos, el primer medio de comunicación que posibilita que el organismo conozca su entorno y es también nuestra primera línea de defensa. Es, junto con el cerebro, el más importante de nuestros sistemas orgánicos, espejo también de nuestras pasiones y emociones.
Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos no dejamos de recibir sensaciones táctiles. Tocar y ser tocados es lo primero y lo último que realizamos en el día. Es el sentido sin el cual no podemos vivir porque moriríamos de inanición emocional. Gracias a él nos damos cuenta que estamos vivos, nos ayuda a sentirnos conectados con la realidad y desarrollamos el sentido de comunidad.
Nuestro mundo está dominado por los sentidos de distancia (vista, oído), frente a los sentidos de proximidad (gusto, olfato, tacto). Los seres humanos hemos experimentado y comunicado a través del tacto mucho más de lo que solemos reconocer.
Nuestro cerebro ha aprendido que las interacciones vienen con el tacto, el apretón de manos, una caricia, un beso o un abrazo. La pandemia supuso en muchos casos una dolorosa privación de la experiencia sensorial en un mundo marcado en exceso por lo tecnológico y distante, con relaciones virtuales con pantallas. La crisis sanitaria se convirtió en una crisis de contacto. Lo que más se añoró fueron los abrazos, esenciales para mantener una buena salud emocional y ser más felices.
Algunas personas han pasado muchos meses sin tocar a nadie, fue una de las primeras cosas que nos advirtieron que no hiciéramos, incluso antes de que el distanciamiento social, las mascarillas y las órdenes de permanecer en casa se volvieran parte de la nueva normalidad. Con el tiempo, la falta de contacto físico puede ocasionar una privación del tacto, lo cual a su vez puede generar problemas de salud como ansiedad y depresión.
En España, durante la pandemia, se ha denunciado en repetidas ocasiones la limitación del acompañamiento a las mujeres durante el parto y la restricción de la práctica piel con piel, entre la madre y el recién nacido, a través de separaciones innecesarias. Limitar, dificultar o no favorecer ese contacto tras el parto entra en los parámetros de la denominada violencia obstétrica. Los impedimentos a la lactancia materna también aumentan el riesgo de sufrir enfermedades agravadas, sobre todo en prematuros y bebés con anomalías o trastornos neurológicos.
Los ancianos suelen sufrir problemas de oído, agudeza visual, movilidad, circunstancias que aumentan su vulnerabilidad, y solo mediante la implicación emocional del tacto es como se puede salir del aislamiento y comunicar amor, confianza, dar afecto y calor. En la senectud, el hambre táctil es más poderosa que nunca, porque es la única experiencia sensorial que les queda a las personas mayores.
Al aplicar los mismos criterios a casi toda la población, independientemente de las circunstancias, los problemas que se acarrearon fueron más graves para quienes vivían en las residencias de mayores, donde la mayoría pasa los últimos años de su vida. Las medidas tomadas generaron otros daños irreparables y más lamentables que a los residentes les afectó trágicamente. Por un lado, una cuarta parte de las personas que se infectaron fallecieron, y muchas en unas condiciones de aislamiento, sin despedida, sin compañía, lo que significa una mala muerte por soledad impuesta. Por otro lado, al restringirse el número de personas en los velatorios y funerales, la muerte se vivía peor con la ausencia de esos ritos que son terapéuticos para los que se quedan. Ello conllevó duelos patológicos para sus familiares y un profundo malestar entre los profesionales.
Cuando la vulnerabilidad es colectiva, la respuesta también lo tiene que ser, y en el caso de las amenazas para la salud, las políticas de salud pública deben valorar en qué medida las intervenciones para preservar la salud son socioculturalmente aceptables al restringir libertades individuales, con efectos colaterales negativos y con padecimientos desproporcionados en el caso de determinados grupos de población, como han sido los residentes de centros sociosanitarios.
“A dónde irán los besos que guardamos, que no damos. Dónde se va ese abrazo si no llegas nunca a darlo…” (A donde irán los besos, Victor Manuel).
El Dr. Miguel Álvarez Deza es especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública.
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