Ivermectina: la ciencia hace su parte, el resto depende de nosotros

  • Roberta Villa
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Tras una revisión Cochrane que ya hace un año rechazó el uso de la ivermectina en las formas leves y moderadas de COVID-19 y otros tres grandes ensayos aleatorizados, realizados en decenas de miles de personas, que llegaron a la misma conclusión, JAMA publica esta semana los últimos resultados del estudio Accelerating COVID-19 Therapeutic Interventions and Vaccines 6 (ACTIV-6). 

En el marco del proyecto puesto en marcha al inicio de la pandemia para comprobar si los medicamentos existentes, y por tanto rápidamente disponibles, podían ser útiles para tratar las primeras fases de la infección, se dio una última oportunidad a la ivermectina: comprobar si la ineficacia del antiparasitario in vivo, pese a la prometedora actividad antivírica demostrada in vitro, podía deberse a una dosis insuficiente o a la corta duración del tratamiento. Pues bien, hoy podemos afirmar que, incluso a una dosis de 600 μg/kg al día durante 6 días, la ivermectina no ofrece ninguna ventaja sobre el placebo.

Este hallazgo no es sorprendente ya que, sobre la base de toda la bibliografía recopilada hasta el momento, incluso la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA) y la Agencia Europea del Medicamento (EMA) habían recomendado encarecidamente evitar el uso de este fármaco. Más bien se plantea la cuestión de por qué se siguen realizando investigaciones cuyos resultados son ya una conclusión inevitable. Según un editorial que acompaña al artículo en ClinicalTrials.gov todavía hay más de 10 ensayos que reclutan pacientes para estudiar la ivermectina. ¿Tiene esto sentido desde el punto de vista ético?, ¿El grado de incertidumbre que rodea a este fármaco sigue siendo suficiente para justificar la inversión de dinero, tiempo, recursos, pero también confianza y voluntad por parte de los participantes, para probarlo? Hay muchas preguntas importantes esperando respuesta en ensayos clínicos que podrían marcar la diferencia en la duración y la calidad de vida de miles de pacientes.

El límite ético

Al principio, estaba bien intentarlo, pero ahora, ¿por qué insistir en lo que ya ha demostrado repetidamente ser un callejón sin salida? El nuevo estudio, en el que participaron 1.200 personas, no revela ningún problema de seguridad preocupante, pero, como nos recuerda en una nota Kristen Bibins-Domingo, editora de JAMA, incluso un tratamiento generalmente bien tolerado puede ser peligroso, aunque solo sea porque puede hacer que dejemos de prescribir tratamientos probados, como el paxlovid, o hacer que subestimen la importancia de la vacunación. Y esto es exactamente lo que estamos viendo con la superposición de mensajes contrarios o al menos hostiles frente a las vacunas con la obstinada exigencia de utilizar productos cuya inutilidad ha sido ampliamente demostrada. No solo la ivermectina, sino también la hidroxicloroquina, la azitromicina, los diversos cócteles vitamínicos y los suplementos que, por desgracia, siguen siendo prescritos por algunos médicos y recomendados por algunos farmacéuticos.

Por eso es importante volver a hablar de ello. Como médicos, debemos cuestionarnos la importancia que concedemos a la investigación clínica. ¿Reconocemos que las inversiones en este campo sirven para reducir el margen de incertidumbre cuando hay que tomar decisiones a pie de cama? ¿Nos importan los resultados o cuando nos “encariñamos” con un medicamento o una idea nada nos puede convencer de lo contrario? 

Sería importante como profesión aprender a reconocer las trampas en las que podemos caer, por ejemplo a partir de un caso resuelto o fallido contaminado por un fuerte componente emocional, que nos llevará a generalizar esa experiencia a todos los pacientes similares que vengan después. 

Preguntémonos hasta qué punto nuestras prescripciones son fruto de la ciencia y de la conciencia y hasta qué punto, en cambio, dependen solo de la costumbre, del deseo de no decepcionar al paciente dejándole sin receta en la mano o incluso del chantaje de la medicina defensiva. Esto también es necesario, no solo para la sostenibilidad del Servicio Nacional de Salud, sino también para el necesario pacto de confianza entre médico y paciente y entre ciencia y sociedad.

Este contenido fue  publicado originalmente en Univadis Italia.