Diario de una estudiante: la montaña rusa de la ansiedad, mi viaje universitario en Medicina

  • Esther Cacho Lobo
  • Editorial
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Aprovechando el inicio del curso, no puedo evitar recordar cómo empezó todo, especialmente este septiembre, cuando en lugar de volver a las aulas junto a mis compañeros, estudio en mi escritorio a menos de 4 meses de presentarme al examen MIR. 

Desde el momento en que conseguí la nota en la selectividad, sabía que mi vida estaba a punto de cambiar. Había soñado durante años con estudiar Medicina y finalmente había logrado la entrada a la facultad. Pero lo que no sabía era que estaba a punto de embarcarme en un viaje emocional de altos y bajos, una curva de ansiedad que me acompañaría a lo largo de mi carrera universitaria.

Había trabajado incansablemente durante toda mi educación secundaria para lograrlo, y finalmente, ese día había llegado. Mi familia estaba orgullosa, mis amigos emocionados y yo me sentía como si estuviera en la cima del mundo. Sin embargo, pronto me di cuenta de que la montaña rusa de emociones apenas había comenzado.

El verano que precedió a mi primer año en la facultad de Medicina fue un periíodo de relativa calma. Disfruté de unas merecidas vacaciones antes de enfrentarme a las demandas de la universidad. Sin embargo, incluso durante ese tiempo de descanso, la ansiedad comenzó a hacer acto de presencia. Las dudas sobre si estaba realmente preparada para este desafío se apoderaron de mí. Me preguntaba si había tomado la decisión correcta y si podría mantener el ritmo en una carrera tan exigente.

A medida que se acercaba el primer día de clases, la ansiedad se intensificaba. Sabía que estaba a punto de sumergirme en un mundo completamente nuevo, lleno de desafíos y expectativas. Mis amigos que ya habían cursado algunos años de medicina me hablaban de las largas noches de estudio, las interminables lecturas y las complejas materias que debía dominar. Las dudas se acumulaban, y la presión aumentaba.

El comienzo de mi carrera en medicina no fue precisamente suave. Como es tradición en muchas facultades, tuvimos que enfrentar las novatadas. Aunque se suponía que eran inofensivas y en tono de broma, no pude evitar sentirme incómoda y ansiosa. La presión de encajar y demostrar que era lo suficientemente fuerte para superar las bromas se sumaba a la montaña rusa emocional en la que me encontraba.

A medida que avanzaban los semestres, la carga de trabajo y la complejidad de las materias se volvían cada vez más abrumadoras. La ansiedad se convirtió en mi compañera constante. Me preocupaba saber si estaba estudiando lo suficiente, si estaba entendiendo todo correctamente y si estaba a la altura de las expectativas de mis profesores y de mis propias expectativas.

Por un lado, me impulsaba a estudiar más y esforzarme al máximo, pero por otro lado, siempre había alguien que parecía estar un paso por delante, alguien que parecía haber nacido para esto, y eso me hacía sentir insegura.

Pero con el tiempo, aprendí a lidiar con mi ansiedad de una manera más saludable. Busqué apoyo en mis compañeros de estudios y en mi familia, compartiendo mis preocupaciones y buscando consejo. También me di cuenta de la importancia de cuidar de mi salud mental y física. Incorporé el ejercicio y el descanso en mi rutina diaria para aliviar el estrés.

A medida que avanzaba en mi carrera, comprendí que la medicina es una profesión que requiere constante aprendizaje y adaptación. No se trata de ser la mejor de la clase en todo momento, sino de ser una médica comprometida y compasiva. La ansiedad nunca desapareció por completo, pero aprendí a utilizarla como motivación en lugar de dejar que me abrumara.

Mi viaje universitario en medicina ha sido una montaña rusa emocional, una curva de ansiedad que he atravesado con altos y bajos. Pero también ha sido una experiencia de crecimiento personal, de autoconocimiento y de pasión por la medicina. Aunque la ansiedad sigue siendo una compañera ocasional, estoy segura de que estoy en el camino correcto y de que, al final del viaje, habrá merecido la pena.