Diario de un estudiante: "El mayor regalo de la formación médica: ver nacer"
- Ángel Benegas Orrego
- Maria Baena
- Editorial
Son las ocho de la mañana, de un día cualquiera del curso, y cruzas por enésima vez las puertas del hospital. Pero esta vez sabes que va a ser un día diferente, un día conmovedor. Llevas escuchando a los más mayores que uno de los regalos más bonitos de la formación médica va a ser el asistir a un parto. Y ha llegado ese día, toca rotatorio de ginecología y obstetricia, toca ver nacer.
Cuando entras en el paritorio, con toda probabilidad, tendrás a uno o dos residentes de la especialidad esperándote. Te indicarán dónde puedes encontrar los pijamas quirúrgicos y te explicarán qué es lo que hay en la unidad. Te das un “paseo” mientras ellos siguen explicándote. Os sentáis a esperar, pues hay una mujer en la sala de dilatación, hay una mujer en la sala de monitores y, el resto del personal, esperando.
Accede por urgencias una mujer gestante a término de gemelas. Según indica, contracciones cada 5 minutos, con expulsión de tapón mucoso. En ese momento se te ilumina la cara y piensas: “por fin voy a ver la vida en estado puro”. Si tienes suerte (esperemos que sí), realizas la exploración y te das cuenta de que la dilatación es completa y con la cabeza situada en el I plano de Hodge. Se realiza ecografía abdominal para poder ver la posición de ambos fetos y, sorpresa: uno de ellos se encuentra en posición podálica por lo que se decide practicar una cesárea.
Te asombras de la capacidad de movilización y cómo todo un equipo se moviliza para poder asistir y traer al mundo a las dos criaturas que ya han decidido ser lo suficientemente maduras como para comenzar la vida extrauterina. Los residentes comienzan a preparar el quirófano, avisan a todo el personal y, el servicio, se vuelca. Dos nuevas vidas están pidiendo comenzar y deben trabajar todos en equipo. Se avisa a los pediatras, anestesistas, personal de enfermería y resto de personal para comenzar. Eres estudiante, hay residentes y adjuntos, por lo que (de nuevo) no van a permitirte lavarte para asistir en el campo quirúrgico.
En ese momento te colocas, sin tocar lo verde o azul (se escucha a diario en un quirófano) y los adjuntos y residentes comienzan la cirugía. Tu miras lo que están haciendo con entusiasmo y escuchas: “vamos a romper la bolsa, aspirador”. Es uno de los momentos más bonitos, cuándo sin dar tiempo a pestañear, ves que uno de los niños se encuentra fuera. Se lo llevan corriendo. Sacan al segundo con la misma rapidez. Vuelven a correr. En ese momento, con todo el quirófano repleto de gente, se vacía. Los pediatras comienzan su trabajo, reanimando y valorando a los pequeños, les están dando la bienvenida a la vida. Les visten y se los traen a su madre, aún en la mesa quirúrgica mientras los ginecólogos terminan de cerrar la herida. Emotivamente, y casi sin darte cuenta, se te han saltado las lágrimas de los ojos mientras la madre observa a sus dos hijos.
En muchas ocasiones, nos olvidamos de disfrutar de nuestra rotación y despersonificamos y deshumanizamos nuestras prácticas clínicas. Detrás de cada paciente, hay una historia. A nivel social, por norma general, la llegada de un nuevo ser a la familia se considera una “bendición” y, que todo salga bien es una tarea no tan sencilla que está en manos de todo el personal del servicio y, el día en el que ves tu primer parto, tu has formado parte de ese bonito engranaje.
Ángel Benegas Orrego es estudiante del Grado en Medicina en la Universidad de Extremadura (UEX).
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