COVID-19: síntomas neurológicos tardíos

  • Paolo Spriano
  • Noticias
El acceso al contenido completo es sólo para profesionales sanitarios registrados. El acceso al contenido completo es sólo para profesionales sanitarios registrados.

La COVID persistente incluye diversas secuelas tras la fase aguda de la infección viral por el SARS-CoV-2 y puede implicar alteraciones de órganos extrapulmonares, incluyendo trastornos neurológicos estructurales. Los estudios de neuroimagen en humanos, antes y después de la infección por el SARS-CoV-2, muestran una reducción del tamaño del cerebro y del grosor de la materia gris muchos meses después del inicio de la infección.[1]

En la fase posaguda, se ha demostrado que los pacientes que han tenido COVID-19 tienen un mayor riesgo de sufrir una amplia gama de trastornos neurológicos, incluyendo trastornos cerebrovasculares, cognitivos y de memoria, del sistema nervioso periférico, extrapiramidales y del movimiento, musculoesqueléticos y otros trastornos neurológicos.[2]

Se estima que los pacientes con COVID-19 tienen un 42 % más de riesgo de desarrollar una secuela neurológica en el año siguiente a la infección, lo que se traduce en el 7 % de las personas infectadas.[2

Aspectos clínicos y fisiopatológicos

Generalmente los patógenos virales pueden entrar en el sistema nervioso central a través de varias vías, entre ellas la hematógena, que implica infección endotelial, y las vías del nervio periférico o de la neurona olfativa.

Debido a las propiedades neurotrópicas el SARS-CoV-2 puede afectar al sistema nervioso central y periférico, directa o indirectamente. Los signos y síntomas que afectan al sistema nervioso central o periférico pueden ser síntomas informados por los propios pacientes (como cefaleas y ageusia) o signos o diagnósticos neurológicos obtenidos mediante evaluación clínica.[3]

Las células epiteliales del tracto digestivo y respiratorio son las principales células objetivo del SARS-CoV-2. El virus puede dañar estas células al unirse a la enzima convertidora de angiotensina-2 (ECA-2), reduciendo la función mitocondrial y la actividad de la óxido nítrico sintetasa endotelial, lo que puede afectar indirectamente al corazón y al cerebro. La enzima convertidora de angiotensina utiliza los receptores de la ECA-2 para permitir el paso intracelular del virus, que puede así invadir y dañar los receptores de la enzima ECA-2, provocando alteraciones neurológicas.[3]

Trastornos neurológicos provocados por la COVID-19: evidencia de una gran base de datos clínicos

En una evaluación superficial, la carga absoluta de cualquier secuela neurológica de la COVID-19 puede parecer pequeña (7 % a 1 año), pero en relación con el tamaño de la pandemia, esto se traduce en un número absoluto muy alto de individuos con secuelas neurológicas. Además, algunos de estos casos requerirán un tratamiento y una atención sanitaria crónica, con un gran impacto en la vida de los pacientes y en los sistemas sanitarios.

Un estudio estadounidense realizado a partir de una gran base de datos del Departamento de Asuntos de los Veteranos de Estados Unidos,[4] ha estudiado las secuelas neurológicas del SARS-CoV-2 comparando los datos de una cohorte de 154.068 supervivientes a los 30 primeros días de la infección, y dos grupos control: una cohorte contemporánea de 5.638.795 usuarios del sistema sanitario del departamento de asuntos veteranos sin evidencia de infección y una cohorte histórica (prepandémica) de 5.859.621 individuos.

Trastornos neurológicos: resultados

Se estimaron los riesgos (hazard ratio, HR) de un conjunto de resultados neurológicos preespecificados en la infección por la COVID-19 en comparación con el grupo de control. El exceso de carga ajustada de trastornos neurológicos debido a la COVID-19 por cada 1.000 personas a los 12 meses se estimó sobre la base de la diferencia entre la tasa de incidencia estimada en el grupo con COVID-19 y los grupos de control. Los resultados fueron los siguientes (por trastorno neurológico, HR y exceso de carga, respectivamente):

  • Eventos cerebrovasculares: 1,56 (1,48, 1,64) y 4,92 (4,26, 5,62).
  • Estado cognitivo y memoria: 1,80 (1,71, 1,88) y 10,35 (9,27, 11,47).
  • Trastornos de los nervios periféricos: 1,34 (1,29, 1,39) y 8,64 (7,44, 9,87).
  • Trastornos episódicos: 1,32 (1,26, 1,39) y 4,75 (3,79, 5,76).
  • Trastornos extrapiramidales: 1,42 (1,34, 1,50) y 3,98 (3,24, 4,77).
  • Alteraciones psíquicas: 1,43 (1,38, 1,47) y 25,00 (22,40, 27,69).
  • Alteraciones musculoesqueléticas: 1,45 (1,42, 1,48) y 40,09 (37,22, 43,01).
  • Trastornos sensoriales: 1,25 (1,22, 1,28) y 17,03 (14,85, 19,26).

Los análisis de riesgo según la edad sugirieron que los riesgos neurológicos compuestos incidentes estaban presentes en todos los grupos de edad, con una interacción entre la edad y la exposición caracterizada por:

  • Un aumento con el incremento de edad para los riesgos de trastornos episódicos, trastornos de salud mental, alteraciones musculoesqueléticas (p para la interacción <0,001, <0,001 y 0,003, respectivamente).
  • Una disminución con el aumento de la edad de los riesgos de trastornos cognitivos, trastornos de la memoria y trastornos sensoriales (p de interacción < 0,001, <0,001, <0,001, respectivamente)

Respecto a la atención médica durante la fase aguda de COVID-19, los riesgos y la carga por enfermedad neurológica también fue evidente entre los que no habían sido hospitalizados y aumentaron según la gravedad, desde los no hospitalizados, hasta los hospitalizados en unidades de cuidados intensivos. 

En resumen, este estudio complementa y añade nueva evidencia a un conjunto creciente de conocimientos sobre las consecuencias neurológicas de la COVID-19 a los 12 meses. Según los autores, es posible, dada la escala de la pandemia, que las pequeñas cifras absolutas de este trabajo se traduzcan en un gran número de individuos afectados en todo el mundo, y es probable que esto contribuya a aumentar la carga de la enfermedad neurológica. Todo ello confirma la necesidad de continuar con la instauración de estrategias de prevención primaria, con intervenciones no farmacológicas (como el uso de mascarillas) y la promoción de las vacunas, con el objetivo de reducir el riesgo de contraer el SARS-CoV-2.

Este contenido fue publicado originalmente en Univadis Italia.