Causa de la muerte: hipoxia cerebral

  • Dr. Ángel Benegas Orrego
  • Editorial
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Son muchas las noticias y los titulares que actualmente mantienen en vilo a una población mundial acerca de las personas que, a bordo de un submarino dirigido con un mando de “Xbox”, han pagado una cifra estratosférica para poder ver los restos del transatlántico más famoso del mundo: el Titanic. Muy pocas personas han tenido acceso a dicha expedición, pero, sin embargo, muchas han comunicado que se trata de la crónica de una muerte anunciada. 

La causa fundamental de muerte, de etiología médico-legal presumiblemente accidental que acontecerá a los cinco tripulantes será una hipoxia cerebral, con lo que ello conlleva. Si algo durante nuestra formación hemos aprendido es la enorme sensibilidad que nuestras células nerviosas, las neuronas, tienen a las concentraciones de oxígeno. Ya conocemos de forma coloquial que nuestro cerebro es el ordenador de nuestro cuerpo y, el corazón, es el encargado de suministrarle lo necesario para que la máquina funcione normalmente. 

Los tripulantes del ya famoso submarino que ha naufragado en el Atlántico norte van a sufrir una serie de cambios fisiológicos, como respuesta a la falta de oxígeno ya comentada que, desafortunadamente para todos ellos, se conoce el final: la muerte. Comenzarán con cambios en la capacidad de atención, encontrándose como distraídos y sin capacidad de focalizar la atención en una actividad concreta, siguiendo con la falta de capacidad para distinguir de forma coherente entre varios objetos o lo real e irreal. A medida que el tiempo continúe avanzando, comenzarán con trastornos del habla y con la realización de movimientos descoordinados. Al final, todo nuestro organismo se muestra sensible a esta concentración de oxígeno que, minuto a minuto, va intercambiándose en la atmósfera interna del buque por el dióxido de carbono producto de su propia respiración. Seguirá avanzando dicho intercambio gaseoso hasta producir un estado de inconsciencia y una falta de reacción total a estímulos para finalizar en una parada respiratoria. Todo esto podría asumirse en un centro sanitario y se podrían revertir muchas de las situaciones, y posteriores secuelas, pero no podemos olvidar que se encuentran a más de tres mil metros de profundidad, donde ni siquiera la luz del sol puede llegar. 

Pero, ¿se puede dar esta situación en otras circunstancias? La muerte por hipoxia cerebral no solo se da en condiciones “extraordinarias” sino en situaciones cotidianas. Por ejemplo, “los juegos de la asfixia” entre los adolescentes son una práctica más común de lo esperado en los que, de forma individual o colectiva, se produce la autoestrangulación o estrangulación de otra persona a través de un lazo o de una mano con el objetivo de conseguir esos síntomas iniciales de euforia y movimientos desarticulados que resultan y definen como “placenteros” esta comunidad.[1] En definitiva, juegos de adolescentes que pueden acabar en una sala de autopsias. 

También encontramos este tipo de prácticas en la práctica sexual. Se conoce como asfixia erótica y su resultado, en muchas ocasiones, resulta letal. Es una práctica más habitual en preadolescentes y adolescentes que en la comunidad adulta, buscando aumentar la excitación sexual que, aun sin saberlo, pero puede llegar a conducir hacia la muerte accidental. Este tipo de prácticas suele ser realizada por personas que, en etapas vitales previas, han practicado los anteriormente descritos juegos de asfixia.[2] Por ello, aunque la “excitación sea máxima” y el “subidón” sea inexplicable, debemos concienciar y ser conscientes de lo que puede suponer no conocer el cuerpo humano y perder el control, pasando así de la zona de juegos a la sala del tanatorio. 

Dr. Benegas Orrego. Médico General.