Caos pandémico

  • Dr. Miguel Álvarez Deza

  • Maria Baena
  • Editorial
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Desde julio del 2020, en España, se ha considerado superada la pandemia en más de una ocasión. Sin embargo, nos hemos enfrentado a seis olas y las limitaciones se han ido quitando y poniendo una y otra vez. 

A finales de enero la región Europea de la Organización Mundial de la Salud (OMS) registró cerca de 12 millones de casos nuevos, el número más elevado desde el inicio de la pandemia hace dos años.

Al igual que ha sucedido en nuestro país, donde hemos tenido hasta 17 gestiones diferentes de la pandemia, ahora varios países europeos han decidido eliminar medidas contra la COVID-19. Dinamarca fue el primero en eliminar, el 1 de febrero, todas las restricciones: mascarillas, pasaportes covid, aforos. La única restricción que prevalece es para los viajeros que quieran visitarla, concretamente, a los que no están vacunados. Lo mismo ha hecho Suecia, que esta semana eliminará todas las restricciones. Finlandia lo hará a lo largo de este mes, mientras Noruega ha suprimido la mayoría de las medidas restrictivas. 

En la misma línea, Reino Unido, que lo intentó con la variante delta, está dispuesto a dar el paso. Francia ha comenzado ya a despedirse de las mascarillas en exteriores. Alemania apuesta por marzo para iniciar la desescalada. Lo que puede resultar caótico para cualquier ciudadano de la Unión Europea.

En cambio, Austria o Grecia insisten en endurecer medidas, por lo menos contra los no vacunados. La administración austríaca, que multará a las personas que no reciban el pinchazo, aseguró que la vacunación es la única vía para volver a la normalidad.

A partir de ahora, puede que en los países más vacunados solo sea necesario el certificado de vacunación. Y en esa línea parece ir la Comisión Europea, que ha prorrogado el documento hasta el 30 de junio de 2023. 

Es evidente que estamos en un momento epidemiológico distinto y eso nos debe hacer reflexionar sobre las medidas utilizadas durante las cinco olas previas. En estos momentos, la alta tasa de población vacunada, el alto índice de contagiados, la estacionalidad, pero sobre todo la menor gravedad de la variante ómicron, nos ofrecen la posibilidad de controlar la pandemia e impulsar un cambio de estrategia. 

Estamos en una fase de tregua, con un descenso continuo de casos. Pero esta situación solo se mantendrá si la inmunidad se preserva, es decir, si continúan las campañas de vacunación y se vigila la aparición de nuevas variantes, a la vez que las autoridades sanitarias sigan protegiendo a la población más vulnerable.

Después están los que quieren banalizar la COVID-19 y compararla con la gripe. No es una gripe, pero tampoco es la COVID-19 de antes de la vacunación masiva.

Una de las razones por las que todavía no se la puede considerar una enfermedad endémica es su alta incidencia. No sabemos cómo va a evolucionar en un futuro o si se va a mantener así. Este virus es probablemente el más contagioso de la historia de las enfermedades transmisibles.

Para que la COVID-19 pase se pueda considerar una enfermedad endémica tenemos que controlar su contagio, su mutación y su morbimortalidad.

Por tanto, tenemos que ser prudentes y mantener, al menos durante un tiempo, algunas medidas que funcionan: aislamiento de positivos y sintomáticos, teletrabajo, limitación de eventos masivos, mascarillas en el transporte público y espacios cerrados, etc. Y todo ello debe estar acompañado con un discurso público, de las autoridades sanitarias, que refuerce la adherencia de la población a estas medidas, en lugar de jugar al despiste con las mascarillas al aire libre. Recuperar, el 24 de diciembre pasado, la obligatoriedad de la mascarilla en exteriores ha sido una medida muy controvertida que la sociedad no ha entendido. Este mismo martes el Gobierno va a eliminar esta norma impuesta sin ningún respaldo científico. Solo Euskadi se ha desmarcado al considerarla prematura. Lo siguiente es valorar si se acorta el período de aislamiento y cuarentena para la población general. Veremos qué se acuerda.

Parece que es mucho más fácil, hacer un decreto para prohibir la mascarilla en exteriores que regular cuánta gente puede entrar a un bar, y sobre todo con las consecuencias económicas que puede conllevar. El siempre difícil equilibrio entre economía y salud.

En la práctica estamos pasando al auto-todo: el autodiagnóstico, el autoaislamiento y el autotratamiento. Solo nos falta auto-operarnos. 

Es muy preocupante y hasta desesperante que, con todo lo que hemos pasado en estos dos años de pandemia, el Gobierno y las Comunidades Autónomas no estén trabajando intensamente en crear y proveer de recursos humanos y materiales, un robusto sistema de Vigilancia en Salud Pública para hacer frente con eficacia a futuras epidemias y pandemias que, de la mano del cambio climático y de otros factores, llegarán más pronto que tarde. 

“Atrévete dijo el cobarde. Estoy de vuelta dijo un tipo,que nunca fue a ninguna parte. Salvame dijo el verdugo…”  (Corre, dijo la tortuga, J. Sabina).