ASEMEYA: Una asociación que aúna el arte y la medicina
- Andrea Jiménez
“La medicina es una vocación muy humanista, es una de las profesiones que más cerca está de la condición humana, acompañamos a las personas desde el nacimiento hasta su muerte”, afirma Carmen Fernández Jacob, oftalmóloga y quien desde el pasado abril preside la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas (ASEMEYA). Con sede en Madrid y casi más de un siglo de historia, esta organización por la que pasaron celebridades como Santiago Ramón y Cajal o Gregorio Marañón y que reivindica las humanidades en el ejercicio de la Medicina, constituye un espacio en el que los profesionales sanitarios pueden desarrollar sus pasiones artísticas.
ASEMEYA se originó a partir de la Asociación de la Prensa Médica, constituida en 1918. “Desde entonces ha ido evolucionando mucho. En un comienzo era muy restrictiva pero cuando la doctora Fernández Monasterio, la primera mujer que fue presidenta, tomó el cargo, la abrió a más disciplinas que la literatura, como la pintura y la música”, cuenta Fernández, que forma parte de la asociación desde hace 11 años.
A través de las distintas actividades que organiza la asociación que lidera, conferencias, talleres…, sus asociados, que suman casi los 200, “pueden intercambiar conocimientos y opiniones desde una perspectiva diferente. El saber médico no consiste solamente en aplicar una serie de conocimientos científicos al tratamiento de las distintas enfermedades, sino en, sobre todo, entender al ser humano con su sufrimiento y su entorno, y para llevarlo a cabo es fundamental el establecimiento de la relación entre médico y paciente”, afirma su presidenta. Amante de la pintura, Fernández trabajó durante 30 años como especialista en el Servicio de Oftalmología Hospital Universitario La Paz, donde “al pasar por mi consulta tantos pacientes con defectos visuales, un día empecé a plantearme cómo distintos problemas en el ojo podrían afectar a quienes pintaban. ¡Y me puse a indagar!”.
Gracias a las correspondencias por carta entre artistas y sus médicos y una exhaustiva investigación, la presidenta de ASEMEYA consiguió revelar relaciones entre la patología oftálmica de diversos pintores y sus obras. “Algo que ya había realizado Richard Liebreich, una de las personalidades más interesantes de la oftalmología de finales del siglo XIX”, puntualiza.
Su libro Patología ocular en la pintura a través de la historia clínica oftalmológica, publicado por la Sociedad Española de Oftalmología en el 2017, analiza el impacto del historial clínico en las obras de algunos de los pintores más célebres de la historia, como Paul Cézanne. “Miope de tres dioptrías, él mismo refiere en sus cartas que se quitaba las gafas para pintar”, explica Fernández.
La enfermedad ocular de Cézanne fue la más leve de todos los pintores que abarca su libro, ya que tenía una miopía media baja. “Pero este leve defecto de refracción en su visión quizás pudo condicionar de alguna forma su pincelada tan característica, y la distribución del espacio de forma tan original en sus cuadros”, afirma la autora, para quien la historia de Camille Pissarro es “tal vez una de las llamativas”.
Al pintor le encantaba trabajar al aire libre, por lo que los paisajes del campo centraban el motivo de sus primeros cuadros. “Pero, como le lloraba el ojo, tuvo que trasladar el escenario habitual de su obra a la capital francesa, comenzando a pintar obras urbanas. Desde la ventana de su casa o desde un hotel, pudo descubrir los miles de matices de los paisajes urbanísticos en los que no había incidido previamente, lo que dio a algunas de sus mejores obras”, señala Fernández.
Monet, otro de los casos estudiados en detalle por Fernández, “es uno de los ejemplos de cómo la condición ocular permitió al pintor desarrollar nuevas formas de pintura”. Diagnosticado de cataratas bilaterales, el francés experimentó una pérdida importante de agudeza visual a lo largo de su vida. “Lo que pudo haberle beneficiado en el ámbito artístico”, resalta la especialista. El francés, para quien era mucho más importante el color que el dibujo, “era realmente un genio de la pintura y supo adaptar su arte a la condición de la enfermedad: le gustaba jugar con la luz, se tapaba el ojo sano, luego el otro con el que no veía, con el objetivo de experimentar. Con él comenzó el principio del arte abstracto del siglo XX. Y resulta fascinante pensar que, quizás, esta corriente artística pudo estar condicionada por un aspecto médico. "Monet supo utilizar su alteración para seguir haciendo novedades dentro de la pintura”, argumenta la oftalmóloga.
A través de un artículo publicado en la revista Citizen, Fernández también rebate las opiniones de historiadores de arte que, “con menos conocimiento de la verdadera repercusión de la patología ocular, llegan a conclusiones erróneas sobre los cambios de estilo del pintor o el cambio del escenario de trabajo”, explica. Uno de los grandes ejemplos lo constituye Van Vogh, quien se suicidó a los treinta y siete años y nunca conoció el éxito que alcanzaría su obra.
El francés padecía epilepsia, enfermedad que en aquel momento se trataba con digitálicos, produciendo a dosis tóxicas xantopsia, es decir, visión amarilla. “Y por ello muchos historiadores del arte concluyeron que él pintaba sobre todo en amarillo”, puntualiza la especialista. Otra de las teorías para explicar la inclinación del artista por este color señala la gran cantidad de licor de absenta, con propiedades alucinógenas, que se sabe que el artista consumía, alterando su percepción cromática.
Pero, para Fernández, “pensar lo anterior supone no llegar a comprender ni la obra ni la genialidad del artista, que empleaba el amarillo, siempre con criterios puramente artísticos. Se sabe que Van Gogh había estudiado la teoría de Chevreul sobre la utilización de los colores complementarios y que la aplicaba para conseguir una mezcla de colores atractivos en su obra”, dice la presidenta de ASEMEYA. “El uso del amarillo era, desde luego, una preferencia consciente y elegida para su obra. La prueba es que el artista pinta dos veces el mismo motivo, el campo de trigo, pero en la segunda tela las tonalidades que utiliza son predominantemente verdes, y el amarillo está prácticamente ausente”, asegura Fernández, quien después de muchos años dedicados a la práctica clínica, disfruta en la actualidad de una excedencia para dedicarse a “las cosas que tanto me gustan, como dirigir la asociación”, confiesa.
Una de las iniciativas que más le ilusionan es el acuerdo al que ha llegado con la Biblioteca Pública Municipal Eugenio Trías, situada en los jardines del Retiro. “Nos han reservado un día al mes para que nuestros asociados presenten sus libros. Es una oportunidad para generar más visibilidad, sobre todo en los jóvenes, para que nos puedan percibir de forma diferente. Porque los médicos no solo cuidamos la salud, tenemos otras facetas humanísticas que aportar”, señala la presidenta de ASEMEYA.
El próximo evento de la asociación será una conferencia dedicada a la mexicana Frida Kahlo, en la que se indagará en el dolor físico y emocional que padeció la artista. “Al final, nosotros estamos en contacto directo con el sufrimiento de los pacientes y creemos que podemos brindar una perspectiva diferente a la de los historiadores de arte”, afirma Fernández. “Lo más bonito de la asociación de la que formo parte es ser testigo de las mil puertas que abre. Es muy gratificante observar cómo a través de las actividades que organizamos mis compañeros se evaden del día a día de la profesión médica, una rutina muy dura. También ver cómo los conocimientos artísticos que adquirimos se reinvierten, por otro lado, en convertirnos en mejores profesionales, en el bienestar de nuestros pacientes”, concluye.
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