Alcohol y salud: hagamos balance

  • Paolo Spriano
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El abuso y la dependencia del alcohol son factores clave en el desarrollo del trastorno por consumo de alcohol, que es un problema social con importantes consecuencias económicas, médicas y psiquiátricas. La dependencia del alcohol puede asociarse a enfermedades hepáticas y pancreáticas graves que obligan a controlar el consumo de alcohol.

El conocimiento de los circuitos neuronales que subyacen al consumo, la dependencia y la abstinencia del alcohol ha mejorado en la última década al demostrarse cómo reducen significativamente la modulación remodelan la arquitectura funcional del cerebro a nivel córtico-hipocampal-talámico, amigdalar y mesencefálico córtico-estriatal.[1] Estos hallazgos se suman al amplio cuerpo de conocimientos que respaldan el Plan Estratégico Mundial 2022-2030 de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de medidas para promover la moderación estricta del consumo de alcohol hasta alcanzar el objetivo de alcohol cero.[2

Sin embargo, varias evidencias epidemiológicas y clínicas parecen subrayar el papel protector de cantidades moderadas de alcohol, y especialmente de vino, sobre determinados aspectos de la salud. [3,4]

Alcohol y mortalidad

La relación entre el alcohol y la mortalidad ha sido objeto de numerosos estudios con resultados favorables, neutros o desfavorables, especialmente en lo que respecta a las dosis bajas o moderadas de alcohol/día y su correlación con la mortalidad por enfermedades cardiovasculares y/o neoplásicas, también con referencia al estatus social de los bebedores.[5,6]

Factores concomitantes a la ingesta de alcohol, como la variabilidad genética, el hábito tabáquico, la obesidad, el sedentarismo o la dieta, pueden contribuir a la mortalidad de los bebedores de alcohol, lo que hace aún más compleja la evaluación del alcohol y la mortalidad.[7]

Relación entre dosis y resultados

Cabe señalar de antemano que la definición de una bebida, o una unidad de alcohol, se refiere a un vaso de vino (unos 150 ml), o una lata de cerveza (250 ml), o un vaso pequeño de licor (unos 40 ml) y que cada una de estas bebidas contiene 12 g de etanol. Por lo tanto, recomendar dosis moderadas de alcohol requiere una consideración prudente, a pesar de su relación con la reducción de la mortalidad.

Varios estudios han intentado demostrar una posible "vía mediterránea al consumo de alcohol" basada en la hipótesis de que el alcohol, en forma de vino en cantidades bajas (hasta 1 vaso/día en los hombres y medio vaso/día en las mujeres) o moderadas (hasta 2 vasos/día en los hombres y 1 vaso/día en las mujeres), tiene un efecto favorable sobre la mortalidad con un patrón característico de curva en J.[3] Este resultado fue confirmado por un estudio publicado en JACC[8] en el que la abstinencia y las dosis más elevadas provocaron un aumento de la mortalidad en comparación con las dosis leves o moderadas, que podrían ser protectoras frente a las enfermedades cardiovasculares (consumo leve: -26 % hazard ratio [HR]: 0,74; IC 95 %: 0,69 - 0,80; moderado -29 % HR: 0,71; IC 95 %: 0,64 - 0,78) con una reducción del 20 % de la mortalidad. Mientras que los niveles elevados de ingesta de alcohol se asociaron con una mayor mortalidad por todas las causas: +11 % (HR: 1,11; IC 95 %: 1,04- 1,19) y por neoplasias: +27 % (HR: 1,27; IC 95 %: 1,13- 1,42). El consumo excesivo de alcohol ≥1 vez por semana también se asoció con un mayor riesgo de mortalidad por todas las causas: +13 % (HR: 1,13; IC 95 %: 1,04-1,23) y por cáncer: +22 % (HR: 1,22; IC 95 %: 1,05 -1,41). Los datos son coherentes con el conjunto de conocimientos que mostraban curvas en forma de J o de U en la relación entre la ingesta de alcohol y el riesgo de mortalidad.[9] El análisis eliminó algunos sesgos en la evaluación de la abstención, como: personas de alto riesgo que se abstienen por motivos de salud; o un ajuste inadecuado de los factores de confusión; o diferentes patrones de consumo de alcohol.[8] Los resultados confirman la correlación entre el alcohol y el riesgo de mortalidad y ofrecen una contribución relevante para orientar futuras estrategias de salud pública sobre el consumo de alcohol.

Alcohol y deterioro neurocognitivo

El consumo excesivo de alcohol se ha asociado a atrofia cerebral, pérdida neuronal y reducción de la integridad de las fibras de la sustancia blanca. Los estudios que han examinado la asociación del consumo de alcohol de bajo a moderado con diversas funciones cognitivas han arrojado resultados dispares.

Un análisis secundario del Health and Retirement Study (HRS) sugirió que un consumo de alcohol de bajo a moderado se asociaba con mejores puntuaciones cognitivas globales, con una relación en forma de U para una dosis óptima de 10-14 bebidas por semana para todos los participantes.[10] Sin embargo, no están claros los mecanismos que subyacen a la asociación beneficiosa del consumo de alcohol de bajo a moderado con la función cognitiva.

Para una evaluación completa de los efectos generales del alcohol, cabe mencionar también lo publicado en el estudio Whiteall II sobre la relación entre el consumo moderado de alcohol, el daño cerebral y el deterioro cognitivo.[11] El estudio longitudinal sobre una cohorte de 550 sujetos, seguidos durante 30 años, definidos como no dependientes del alcohol y evaluados con resonancia magnética cerebral en el seguimiento, descubrió que incluso los bebedores moderados (14/21 unidades por semana) e incluso los que bebían entre 1 y menos de 7 unidades por semana, mostraron una asociación con resultados cerebrales adversos en comparación con los no bebedores, incluida la atrofia del hipocampo, mientras que el daño cerebral fue, como era de esperar, muy significativo en los que bebían más de 30 unidades de alcohol a la semana, con alteraciones en la microestructura del cuerpo calloso y una disminución más rápida de la fluidez léxica. Sin embargo, el Whiteall ll Study definió el consumo moderado entre 14 y 21 unidades por semana, un consumo que, si se hubiera evaluado según los parámetros utilizados en el HRS[10] se habría clasificado como excesivo.

Para concluir, un estudio de 36.678 adultos sanos de mediana y avanzada edad investigó las asociaciones entre la ingesta de alcohol y la estructura cerebral utilizando datos de imágenes multimodales de la base de datos del Biobanco del Reino Unido.[12] En consonancia con otros estudios, se confirmaron las asociaciones negativas entre la ingesta de alcohol y la macroestructura y microestructura del cerebro. En particular, se confirmó que la ingesta de alcohol se asociaba negativamente con medidas de volumen cerebral global, volúmenes regionales de sustancia gris y microestructura de la sustancia blanca. La mayoría de estas asociaciones negativas eran evidentes en individuos que consumían de media solo una o dos unidades de alcohol al día. Una confirmación más de lo complejo que es obtener un buen consejo médico que tenga en cuenta los numerosos riesgos y los cuestionables beneficios del alcohol.

Este contenido fue publicado originalmente en Univadis Italia.